Interesante
resulta leer las opiniones de Rubén Blades y Silvio Rodríguez en torno a
los sucesos de violencia y protesta social que ha vivido Venezuela en
las últimas semanas. Rescato la opinión de Silvio cuando dice “Una
revolución es un vuelco, una ruptura, un abrupto cambio de perspectiva.
Es cuando los oprimidos dejan de creer en que los que mandan –los que
los oprimen– tienen la verdad de su lado, y piensan que el mundo puede
ser diferente de como ha sido hasta entonces”. Nada más cierto, pero
nada más difícil de discernir. ¿Cuándo es uno el revolucionario, o el
opresor?
Cuando un pueblo opta por buscar un cambio de
perspectiva, porque su realidad no le permite concretar sus sueños de
dignidad y felicidad, o porque francamente esta harto de una realidad
que lo aprisiona y el Estado responde a ese actuar colectivo con
censura, policía, cárcel, tortura y muerte, entonces en el corazón del
país se gesta una revolución, contra un régimen de derecha, o de
izquierda.
Entonces el Estado justificará de una u otra
forma su actuar, y habrá defensores de éste, desde la comodidad del
interés, el pago para la represión con la estabilidad como argumento, la
inconciencia social o la cerrazón a lo distinto. Se acusará al pueblo
de ser manipulado por intereses ajenos a la nación, se acusará a los
medios de comunicación de ser instrumentos que provocan el desorden
social, y habrá Estados, del mismo origen ideológico, que se
solidarizarán con lo hecho por el gobernante en turno.
El
problema es el mismo para gobiernos totalitarios de izquierda o de
derecha, cuestión de perspectiva. Al final de cuentas quienes luchan y
mueren son hombres y mujeres del pueblo, revolucionarios y defensores
del régimen, unos y otros, preservan o dinamitan la realidad histórica
que viven; los jefes de Estado, o los jefes revolucionarios, solo
administrarán el resultado.
George Orwell, quien observó
profundamente el ejercicio del poder y el funcionamiento del Estado,
pudo, sin afán de enaltecer la duda o carecer de compromiso, dejar en
claro que tanto el imperialismo como la dictadura del proletariado, si
no son, parecen lo mismo cuando haciendo uso de sus aparatos de control
ejercen violencia cotidiana contra el pueblo.
La gente que
piensa y argumenta su actuar a favor de la gente, y llega al poder y
deja de defender a la gente, anteponiendo la defensa del “Estado de
derecho” o de “la Revolución” se convierte en ese Cerdo de nombre
Napoleón, de la novela Rebelión en la granja, quien afirma la máxima
aberración del político que pretende la igualdad y la justicia: "Todos
los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que
otros".Hoy los que crecimos en la lucha de las ideologías y nos
definimos por proyectos de izquierda que busquen seriamente la justicia
social, debemos confrontar nuestras afirmaciones con nuestras acciones, y
reemprender análisis y ejercicios ciudadanos para no perder de vista
que, aunque el gobierno sea de nuestro propio signo, lo importante es la
defensa y exigencia de los derechos humanos en su integralidad, y no el
partido, el líder o el gobernante que nos representa.
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