El
Ejecutivo federal ha presentado su informe anual para, con ello, cumplir con su
obligación constitucional.
Con
seguridad aparecerán los escritos lisonjeros de los “periodistas del Presidente”
y de “los nuevos soldados del PRI”. Ante estos intentos de recuperar al
anacrónico presidencialismo esperaría que Peña Nieto cerrara los ojos a esas
plumas y oídos a esas voces engañosas, porque no hay mucho que celebrar de esta
primera parte de su gestión.
Es
incuestionable, por ejemplo, que:
—
Continúa el estancamiento de la economía.
—
Continúa presente la violencia en un buen número de regiones y estados del
país.
—
Continúa vigente la inseguridad pública en varias entidades de la República y
el único cambio notable en este asunto es meramente de carácter mediático
(algunos de los medios de comunicación han adoptado la política de no informar
del crecimiento de los crímenes y delitos, y ello es, seguro, resultado de
cabildeo de alguna oficina gubernamental).
—
Continúa el crecimiento del desempleo, especialmente entre los jóvenes.
—
Continúa el crecimiento de la economía informal y sobre todo...
—
Continúa creciendo la desigualdad económica. Nuestro país es, entre todos, uno
de los que presentan grados de desigualdad extremos. La pobreza crece y el
ingreso nacional se concentra cada vez en menos individuos.
Esto
es la realidad a pesar de que ningún Presidente de la República, en los últimos
50 años, había contado —desde el punto legislativo y de políticas públicas— con
tantas y diversas reformas (casi todas de carácter estratégico) que debieran
permitir desde ya, cambios verdaderamente profundos para la nación. Me refiero
a:
La
Reforma Educativa.
La
Reforma Financiera.
La
Reforma Antimonopólica.
La
Reforma Hacendaria.
La
reforma para crear el sistema de seguridad social universal.
La
Reforma en Telecomunicaciones.
La
Reforma Electoral y de cambio de régimen político.
La
reforma para proteger y alentar los derechos humanos y… todo esto fue resultado
de la acción política de diversas fuerzas y partidos —entre ellas el PRD— en el
marco del Pacto por México.
Esto
es lo que podrá el Ejecutivo federal informar como logros sustantivos, pero que
paradójicamente no son de su exclusividad. Peña Nieto participó, pero
igualmente lo hicieron otros actores que compartieron la necesidad del país de
impulsar y materializar tales cambios en materia legislativa, administrativa y,
desde luego, política.
No
regatearé su disposición a la búsqueda de acuerdos en asuntos fundamentales
como los antes mencionados, pero igualmente no podría dejar de señalar que la
reforma en materia energética (ésta sí construida por su gobierno y el PAN) no es, a mi juicio, la que el país requiere.
No discuto en este punto la necesidad de cambios, pero modernizar el sector
energético no debiera significar, como sucedió lamentablemente, el
privatizarlo.
Una
parte importante de las reformas le dan al país la oportunidad de salir del
estancamiento en que se mantiene, y el gobierno, con eficacia política —la que
no se observa hasta ahora— podría contribuir a ello.
Hay,
sin embargo, una condición fundamental para hacer esto posible y es,
precisamente, lo que en un principio animó los esfuerzos para concretar el
Pacto, es decir, la capacidad y la disposición para hacer abstracción de sus
objetivos particulares para poner en primer término los objetivos generales del
país y la solución de las demandas de la gran mayoría de las y los mexicanos,
al margen de cuáles sean sus preferencias partidarias.
Esto
es lo que hace la diferencia entre un hombre de Estado o un jefe de partido.
*Expresidente
del PRD
Twitter: @jesusortegam
http://ortegajesus.blogspot.com/
(BLOG DE NUEVA IZQUIERDA/ Jesús Ortega
Martínez/02 DE SEPTIEMBRE 2014)
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